El impulso amoroso se revela en el hombre..., dijo el Dr. Lehman1,
en este gesto apresurado de abrir el cuaderno,
motivo por el cual
corro sin frenarme en la caída, inercial
al cuerpo gozoso intacto
en su mínimo movimiento, tinta o acuarela,
lejía en las manos,
la actividad corroe los significados
las iluminaciones
solo basándose en indicios
remotos, estúpidos colores
de una meditación sobre la muerte o,
quizá, la resurrección.
Aquel tejido que la página exhibe
con las hojas abiertas
es vulva de camarín, principio que todo lo contiene,
dios de la piedra o pigmento
sangre espejo arlequín en que me miro sin reconocerme,
exultante dualidad —existir y no—,
y mis manos troceaban por entero mi cuerpo2
en aquellas palabras, negras flores
como cicatrices de un monstruo desgraciado y torpe
mente reconstruido en otro.
Retorna lo deseado, lava y gladiolo,
núbil lindero donde el ave tensa el cable de la seducción,
del poema urdido entre filamentos,
posibilidad de velo3.
Cuando lo poético consume la realidad cotidiana, ésta sucumbe a la forma, o, quizá, a la subjetividad, y ya no sé puede volver atrás, al punto de vista común, al esfuerzo de entenderse con el otro. Colgarse en la mirada, ¿la pausa de Arrebato?
El título es cita de una carta de Eduardo Hervás en que dice: la carta derivó en poema. Comienzo pues una nueva carta: ¿un nuevo poema?
1 de Bringing up, baby, de Howard Hawks
2 de Emergencia, de Eduardo Hervás.
3 de la etimología de núbil.