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Tiempo de cierre

a qué tanto derroche de joya (Aníbal Núñez)—

“a veces, en los fragmentos,
las cosas están de un modo más completo”
Germán Labrador Méndez

—a todos los suicidas, locos
y desamparados de los 70



Tiempo de cierre.
Se clausuran mundos
en condiciones invisibles:
la palabra deja de significar,
los artículos determinados se extinguen
en homenajes, elegías y memorias,
en vacíos.
Decir adiós encerrado en un libro,
en una estantería de segunda mano,
un periódico, atrasado,
escribe la noticia de la muerte de Merlo,
de Aníbal, de Casanova, de Haro,
la muerte de los afectos
de la vibración lírica del verbo,
de la ruina del laberinto
donde, huérfano, un minotauro se suicida,
y las ilusiones por el suelo, perdidas,
son manzanas sin recoger,
compost para una nuda vida.
Lo he escrito ya,
Costa da Morte,
La tête contre les murs.

Cortado en vidrieras,
el poema se descompone
como un conde que olvidó el amanecer,
como los fragmentos que son la vida
y giran colgados del techo,
oh telaraña del tiempo,
hojas acuáticas que lleva la corriente
hasta Solaris.
Queda el hermoso reino de las piedras
conque reventar escaparates y cabezas
de puente, queda
su virtud inorgánica
la dureza de aquellas palabras insalvables,
su delicadeza,
la raíz del cimiento de una vida apenas nombrada
el cuerpo adicto al desamor febril
el lento trabajo de la química de hoy
y la humilde droga del humor, amarga
lija cotidiana.

Tiempo de cierre,
alzado de una ruina y venenosa planta,
a qué tanto derroche de joya
para morir en soledad.

          Quizá por eso,
quizá.