Con la lógica de quien, enfebrecido por sus recuerdos, en una espiral de locuacidad cíclica y con el deseo insospechado de contagiarte, cuenta todo aquello que pasó por su cuerpo, la música avanza en el tiempo.
Por una vez es libre. Por una vez no piensa en ordenar un discurso: salta de recuerdo en recuerdo por asociación impulsiva y catastrófica, en el sentido de un nuevo comienzo que le libra de ataduras.
Este nuevo orden busca el fin de siempre, único: el placer. Un placer que llega por combinaciones azarosas, quiere decir, comparte con "algo" la toma de decisiones y no le importa, incluso, no tomar ninguna.
Ahora está apabullándose, ahora se tranquiliza. Amante de los contrastes, la unión de los locos fragmentos es todo lo que necesita.
"Soy porque fui, y mañana seré porque estoy siendo. Sin hoy no habrá mañana. Y sin ayer no habría hoy. Estoy hecho de jirones cada vez más delicados. Mi fin es la desnudez.
"Con esa lógica del recuerdo, de construcción sobre el pasado y hacia el futuro, nace el presente, la obra que se va haciendo, renacida en cada escucha.
"El presente es lo inasible, lo incomprensible, el hilo del funambulista en el momento de romperse, antes de caer. En un arte del tiempo, el presente no existe o, al menos, es intelectualmente imposible. ¿O quizá es todo!"
Dice que detenerse es morir malamente atropellado por el futuro; que la vida y la música son perpetuo movimiento, ansia, suicidio.