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Teoría del patio

—y práctica, pues no es otra cosa la contemplación
cuando ahí es donde se es—

niños y pájaros hablando lo mismo,
palabras que revolotean en un sueño
sin lustre ni esplendor,
sueltos, libres sin serlo,
ignorando la nada y el tiempo

una escalera conduce a la parra
la inmensa mano que cubre el sexo
y un peldaño roto,
madera sin lustre ni esplendor,
dibuja la paradoja del ascenso ritual

cuerda trenzada que tiembla
la primitiva línea del nervio,
del viento que pasa, anónimo, abierto,
desnuda cuerda de la ropa tendida

buda de piedra sin género,
alejada flor de la discordia dual,
ojos cerrados sin animales dentro,
enhiesto cuerpo vegetal, que respira

—¡buenos días!
—¡buenas!
—qué, ¿a la sombra?
—sí, a la sombra del silencio
—muy bien


lavar la ropa de ochenta años
negra de espera y de temor,
colgar el espíritu en la cuerda,
remedio mitológico y pena

hablar con el barro de la pared
junto a la ventana clausurada
que solo conserva su huella, la pisada,
de cuando esto era un mar somero

esta realidad parcheada, sin bordes,
esa hierba entre las piedras, incluso amapola,
todo lo que visita la mente,
a vista del insecto que soy,
todo es poema
y todo incomprensible

como una vela en un cedazo herido
que el anochecer deviene espejo imposible
o puerta transitoria
o boca perfecta que dice,
pues la llama se mueve,
pues la llama, que soy yo,
se mueve

y dice:
—mira, escucha y calla,
y en silencio,
escribe