a Aníbal Núñez
Allí estaba, tan cerca de mí (…)
Con su leyenda tan presente.1
Fernando Arrabal
Tú me lo has dicho sin querer:
somos el ácido láctico de la vida, el bajo hollejo,
el punto en que el grito se ahoga en sí mismo sin
eco ni interés
en que nuestro cadáver es
necesario para abonar el suelo de los otros que
llegarán en propuestas de guirnalda y honores
y sus ruedas cruzarán nuestro pecho
y su confeti ahogará nuestra boca
y solo seremos el lado oscuro de un cristal que no
admite preguntas, pero sí halagos de majestad
Lentamente seremos enterrados en la soledad de
unos anónimos helechos
no por venganza sino por desazogados espejos, o
en un jardín abandonado hermoso en su ruina de
estatua
estercolando las sombrías ratas de una memoria
y las palabras olvidarán nuestro nombre
como los otros miran a otro lado del dolor
Somos la historia de un asesinato indispensable
—quizá un suicidio—
para que el espectáculo continúe su mercadería
—¡maldita conciencia…! no, disculpa. Lo
siento—
Todos los años cambian los muebles de sitio y el
color de sus paredes y tiran la ropa aún en uso,
todo lo que huele a pasado es desapercibido por
un ser humano que necesita, constantemente, ser
re-encantado en su llorosa impugnación de la
muerte.
1 La cita pertenece al prólogo de Fernando Arrabal a Tríbada, de Miguel Espinosa.