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El ser de mi padre

qué clase de ser soy yo
que no me entiendo,
decía cuando se miraba y enjuiciaba
como si fuera otro,
sintiendo la incapacidad de agarrarse,
de sujetar su alma entre los dedos,
de vivir una vida sin traducción,
como el pastor que ha perdido su piedra,
separados,
como el alma de Juan de la Cruz
en una zarza que no arde

mi padre se grita a veces, en silencio,
de noche y más tarde,
grita su ser en un mundo que no es nada
más que una habitación llena o vacía
donde el eco nunca regresa,
y el alma alienada y perdida
bala sordamente como un perro de dios

¿qué clase de ser eres tú, padre?
¿un árbol frutal, una piedra de río?
¿la sangre del cerdo por San Martín,
el calor de la leche recién ordeñada,
el olor de la leña apenas cortada?
quizá por allí ande tu alma,
enredada en aliagas, púas y flores amarillas
o en su fuego festivo y su risa,
quizá no,
porque yo soy otro que se busca en las esquinas,
cabezonadamente en todo lo que relumbra,
en esa misma necesidad que hoy
tiene tu nombre y tu recelo,
esa nostalgia absoluta que escribe un camino
a falta de vuelo

la vida es la pregunta obstinada de un niño
que solo la muerte responde,
y tú, padre,
expones tu vacilante alma al fuego del día,
la perplejidad de tu ser ante la nada
embaucado en la velocidad de la caída
en el olor de la tierra
y el compromiso de la vida