y cuando llegue la noche
abriré vuestras cabezas,
y escarbaré con mis pezuñas como solo un perro puede
no por placer o curiosidad
sino por comenzar
la destrucción,
por terminar
la creación,
como se da la vuelta a un guante
y cavaré nuevos surcos en vuestra tierra baldía
y buscaré allí al dios del amor, la justicia, la bondad,
toda esa sofía que baboseáis con labios de sangre
y una vez revuelta la masa gelatinosa de vuestro ser
y no encontrando más que usura,
orinaré en vuestro cráneo levantando la pata,
como un bebé incongruente, como un hijo de perra
orinaré para que nazca la fe en el hombre
o al menos, la poesía
y lameré vuestros ojos blancos
y predicaré el fin del espejo de ser
con las manos juntas, atadas,
bajo la estatua de vuestro nombre,
enardecido en el jardín
y el cuerpo, trastocado, hinchado de gas
será el ungido dios de la cáscara vacía
sobre la hierba esparcido,
esperaré entonces el milagro de la resurrección
y la palabra
…
los animales del camino
cansados de esperar, aprovecharán vuestros restos,
vuestra felicidad,
de un modo que nada tiene que ver con la salvación, y sí
con el hambre
y el amor