—una estrella muerta,
un poeta asesinado,
un estado de incertidumbre
que presagia nueva acción,
un opaco ladrido
detectado un extraño y persistente
latido
a miles de millones de años luz de aquí,
un cuerpo lejano que parece parpadear
cada tres segundos,
un ojo, una boca un pecho,
un pulso gira estrella
sin razón aparente, como un faro borracho
marino de obstinada luz que busca la pendiente
en la piedra blanca, diente del acantilado,
en la página de piel seca
de voces desconocidas y,
aún muertas, oídas
porque solo tu lúcida sombra escucho
tu pasado absoluto y gloria
sospecho
y deseo tu núcleo,
y asisto a tu colapso lento
viscoso manjar blanco en esta lengua roja
que solo en ti espera la vida,
cada tres segundos,
la vida
el músculo involuntario corazón
—¿de quién es tu voluntad?—
traquetea el tren de mis enojos como kaiju
asesino, o simplemente visceral,
que no otra cosa es la existencia o
la mirada
que la tendencia a comunicar el dulce drama,
ancha arteria que boquea lodo y amor
derramando un campo estelar
de palabras, que giran arrebatadas
símiles con el mar: las olas,
la profundidad,
las escamas del pez muerto
y las burbujas de metano de su boca
donde todo es posible, incluso la vida,
la vida involuntaria del latido
—un perro quiso ladrar—
brillante medida del estar es el ruido
racimo de manos, solar
que afortunadamente
este observador pudo intuir,
— que no entender—
ráfagas de amor y lodo desconocido
inmutable pálpito rojo, sin lugar