de repente todo es lujo:
– Tarjetas de visita
– Suelos de mármol
– Ascensores de espejo
– Orquídeas salvajes
– Maderas nobles
– Bodegones del XVIII
– Sofás de cuero
– Buena educación
– Sentimiento acompañado
un tanatorio como un balneario
la muerte como festival
de la estupidez.
( ... )
y te recuerdo, madre,
fregando de rodillas la escalera
de los vecinos, de madera
cantando
las astillas.
lavándote medio desnuda
en un barreño azul en la cocina,
la cerrada cortina,
la bombilla en el techo
colgando.
cosiendo en la única ventana,
remendando con un huevo
tus medias,
la vida en un hilo
enhebrando.
alguien dijo: Cuántas veces
llegaba yo a mi casa
cuando tenía diecisiete años,
y no me fijaba en la presencia
de mi [madre].
Ahora me arrepiento
de no haber contemplado más
la vida de mi [madre].
Mirar su vida.1
porque ahora busco los detalles
y apenas los encuentro,
los detalles de la infancia:
llevarme de la mano al colegio
esperarme en la puerta de la piscina
a las ocho de la mañana
con el desayuno,
peinarme con la raya a un lado,
sujetar mi mano en el hospital,
bajar mi fiebre,
y que todo eso lo hacía alguien,
una mujer con una vida
—días, minutos y segundos,
los cuento,
qué larga y dispersa es la vida—
una vida detrás de cada gesto
que no puedo recordar
madre espíritu,
carne, devoción y ser
única mirada.
tus manos envejecieron en mi piel
como una sábana bordada a mano
y ahora soy un perro sin dueño,
con los ojos de palabras
y la lengua de cenizas,
un perro perdido en un pasillo
que
llaman vida.
1 de Ordesa, de Manuel Vilas.