más que la sonrisa, más que el abandono,
de ti me ha quedado el tiempo entre los dedos,
la tierra que hendí con mis manos, temiendo cristales
ocres sienas, cansadas raíces
flores de piedra
fértiles gusanos grumos de dios,
esa grieta que abrí en la carne húmeda del terrón
para tu ceniza
mis dedos aislados contra la esfera
creando un ahora de inseminación y paso
cayendo lentos, angelados
ausentes de mi presencia,
del velo inerte del compromiso
de la angustia de ese proceso
el ciego espejo de sílice, el cielo quieto,
y el reloj de arena roto en mi frente
nada tan hermoso como esa hesitación
nada tan inevitable,
cada parte, vértigo o átomo
uniéndose a la carne, sacramente continuos
sacramente devorados,
no recuerdo, madre, el olor
de la leche, de la arcilla o del aire,
solo la plenitud de la grieta
contra mis dedos de hijo