perder pie, como en el volar
de una mano blanca sobre la tinta negra,
como el hambre de un ermitaño
que araña la carne de un árbol
para alimentar su cuerpo
y se envenena del sueño sólido de la corteza,
del laberinto espeso de sus manos
hundiéndose hacia adentro, como la sangre,
hacia sí mismo
caído
de espaldas sobre esta tierra
que lleva mi nombre negro escrito,
el vino corre por mis manos quietas
contra el cielo, deslumbrando
entre mis dedos fantasmas de molino,
espejismos de lago,
luz de pezuñas,
el hombre mira al cielo
un párpado no basta para cegar al sol,
las hojas lanceoladas se agitan
en el sueño presas, bajo la luz de mediodía,
y duerme el día
esperando la noche del tiempo, la señal del sol,
la tierra negra, el limo negro,
el hueso blanco y su guadaña negra,
manos que aún guardan anillos,
cabezas sin reino, hierbas,
hombre sin nombre para su amada en el templo
llegará de anochecida
el aliento de la luna a lamer mi cuerpo
áspera serpiente o manzana podrida,
llegará la noche dividida
y se abrirán los ojos, la boca y las ruinas
y un gusano visitará mi lengua
y la aprenderá
seré parte de ese anillo de tiempo solar
pero no la piedra que lo originó,
seré musgo sobre la piel del árbol
y cubriré la nada de mi sexo con su brea,
y en el vacío de la noche, junto a su abismo vegetal,
devorando luz y oscuridad
lameré su corteza para aprender su lengua
y poder alimentarme del sol de la mañana
habré perdido pie, como en el volar
y se escribirá sobre la baba negra
mi mano blanca y mortal