a través de la conciencia se abre
un penúltimo poema en el papel,
un vahído momentáneo
que escribe en tiniebla con la mirada
impotente de la razón,
abocando a la disolución su pensamiento
en un polvoriento haz de luz
flores, pájaros y erizos desamparados
del dolor de finitud
mueren en el poema
en un suspiro impostado
para experimentar el latido
de una insólita tierra por descubrir
hablo de lo que no conozco,
de la presencia de la muerte
en cada gota de tinta que seca
tras la mano que arrastra por el papel
su voluntad irreprimible de escribir,
de formar, de atrapar, de vivir
el tiempo no pasa
entre una palabra y la siguiente,
igual que no pasa ante el recuerdo extranjero
de una infancia disuelta en espuma
que como la verdad
en un sueño borroso desaparece
desaparece cada mañana
sedimentando el delta de mi boca,
la tierra negra del Nilo
la lengua tosca
la húmeda lengua
que mira con distancia el caos
las plantas y los erizos
al amanecer y al ocaso
el penúltimo poema se espesa
como baba de siesta en boca de viejo
atravesando la palabra el velo
entre un deseo
y el siguiente temblor