en la habitación
creo ser lúcidamente libre
—un pobre idiota—,
delante de mí, una puerta, y tras esa puerta
el sueño de un perro negro
que agita la cabeza entre las patas
y enseña los dientes, gruñendo una pesadilla
que viene de muy lejos
y me embarga el presente,
desposeyéndome
bajo el cielo,
todas las elecciones imaginables
y en el fondo de ese pozo de visión
el sentido,
su cara negra y su camisa blanca
como un falso profeta
como la velocidad del tiempo en las prisiones
de la dignidad
un depredador
—segundo plano—
en un edificio muy antiguo
la primavera se descuelga por la ventana
de una habitación
–mi habitación–,
los ojos que han derramado la mirada.
que han creado esa puerta delante de mí,
me dicen ven y no vengas,
y también,
sácame de aquí, o entra tú
basta, —pienso—
harto de sangrar la herida
con la lengua seca de un rastrojo
con la lengua quemada de una caldera,
amarga como el agua de un lago olvidado,
un día de septiembre
la tierra arde, y dice:
escucha a la ninfa que habla
con un pie en el pasado
a la vida que has decidido mirar:
—no te preocupes
no soy indiscreta,
en la cara llevo escrito el sello
de la admiración
de la doctrina y del sacrificio,
mira esto,
también del hedonismo,
mezcla de ira y salvación,
entra en mí como en una heladería,
sí, lo sé,
soy horrible como la iglesia católica,
láudano, penicilina, condición humana,
y en el nombre de esta orden
¡ten este placer!
la opinión pública no existe,
el monopolio de la inteligencia
manifiesta la peligrosidad social de la enfermedad,
de ti depende todo,
sabes que acuchillar un gato en la plaza
no significará nada
la lluvia lo borrará
y te condenará a la impotencia,
pero un día
serás el hijo que comprenda, finalmente,
la agonía de las flores y de la existencia
de una mente feliz
prisionera de la reina de corazones,
una esclava de su capricho,
serás un hombre que no ha vencido
y bajo cuyos pies el suelo se abre,
soy libre, gritarás,
incluso aquí
en este mundo—
—tercer plano—
veo los círculos en el cielo,
los círculos de colores y la torre,
y una espada que los corta en silencio,
y veo, justo antes del anochecer,
el absoluto desdén de la naturaleza,
la torre cayendo y el hombre gritando, mudo,
libre para gritar, sí,
pero mudo,
incluso aquí
donde nada reposa
donde nada reside,
en este mundo
de ruido ordenado y felicidad;
el hombre soy yo