la causa de mi ser salpica las piedras,
mi boca es un caballo
garganta profunda de un eco,
visitan insectos mis manos
y pájaros como el sol
se revuelcan en los charcos
la causa no es otra que su peso:
la ceniza que cae de mi boca
sobre el papel blanco de la vida,
como animales contra el viento
rezan por un nuevo amanecer
una huella manifiesta
una lógica del sentido donde solo hay barro
una materia secreta,
un misterio ajeno, como unas alas,
como aquella mujer bajo el Arco del Triunfo
que decía llamarse Edwarda,
y cuyo peso excedía a su ala desnuda
y caía sobre mi vientre
son palabras de otra lengua
graznidos de cuervo donde escucho tu nombre,
Lobelia,
y accedo a tu florescencia,
y me llevó tu polen entre las piernas
y lo dejo caer entre las sábanas blancas
que en el sueño se confunden
cuando el sol comienza a ponerse,
y las alas
estas dunas de ceniza jamás ardieron y
sin embargo, hay vida bajo su niebla
vida que se agarró a las palabras
que se adhirió a la carne de Pompeya,
vida que salpica las praderas, los ríos, las montañas
junto a las flores gigantes de piedra
la escritura no es más que un rasgo adaptativo
como el veneno y los cuernos,
poema de lo inevitable,
es el jardín de los fugitivos
donde la hiedra me colma de sangre