una realidad informe
interrogada por la posibilidad
–en alguna parte dicha–
del mito de la autodestrucción,
aprender a delatar y a sentir miedo
de los cuerpos y las voces,
a conocer cuerdas y velos
de una ética de fraternidad
que alguien encontró enterrada en un solar
y apenas existió:
vivir un arte sin vivir su espejo
crear un ermita, una cárcel, una celda
y sucesivos perdones y amnistías,
con palabras al fondo, de humo
saliendo de su boca extinguida
como el éter de un sepulcro vacío
o el vuelo de la imaginación
mojando las cartas marcadas que
él mismo se envió algún día,
como dirá un antiguo adagio,
la temperatura emocional
puede ser fiebre
o aventura, o ser nada
de ojos opacos, lejanos y huidizos
que niegan perder las alas
de su esfuerzo memorial
cuando aún no había nacido
y miraba el humo con la boca abierta
como una profecía que
apenas se cumple
y es la vida en el poema