dijo:
como un cuerpo contiene la vida entre sus líneas
así el horizonte circunvala mi ojo,
a ras, su nivel me adormece,
una falsa apariencia de superficie
aquel pozo, oculto en la cueva de la ruina
empapó los pies de mi cordura
los fantasmas del acto creativo
en una larga evocación son
voluntad de enmienda y resistencia
biografía moral del sujeto,
una suerte de memoria apócrifa o diario
incapaz de fundar un nuevo ser
o una nueva vida,
y sin embargo
un compromiso radical con tales acusaciones
conecta esa prematura muerte con un texto
un viaje entre dos fotogramas
donde tiembla el horizonte
y nadie entiende el poema (¿qué entiende!
¿qué entiendo!)
la vida en esos libros es
compartir los vértigos,
participar de corazón, como un caballo,
entre las palabras
y morir en algún momento y desaparecer
en pleno galope
la aventura se desvanece y el vértigo
y el corazón
y la protesta bailan en fina lejanía
y la economía simbólica, instintiva,
de nuevo eleva
los relatos de esas historias
de esas vidas desarmadas, fugaces, elípticas
que responden a esas tensiones
con un pie en la cárcel
y el otro pisando el vacío
placer de la página
en la reserva humana, ante el fracaso,
esa nota disonante en la cuerda tensa del presente
atraviesa el cuerpo verticalmente
y la lengua y la soledad
del individuo, el poema que
muele su propio chocolate
escupiendo al futuro,
deseando sin término
un viaje dentro de la pausa
entre tanta positividad,
un intervalo
Dos frases del libro Culpables por la literatura, imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986), de Germán Labrador Méndez, fueron la chispa que disparó un poema que, literalmente, se desprende del libro: como un cuerpo contiene la vida entre sus límites, y compartir los vértigos.