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La guerra del sentido

—página de un diario—

yo creo que estamos en guerra.

… y amanece en las calles modestas,
despobladas
donde solo los árboles hablan,
amanece su quietud
y el aire fresco de la alborada
siempre como una primera vez
virginal cuchillo y deseo
apóstol poeta sin alas, estarcido,
poeta caído,
y un jardín burgués abandonado, palmeras
en este pueblo de dos calles
donde aún no resuena la guerra
y las flores violetas de los árboles
se amontonan como héroes heridos
tañendo su color en las aceras
—la bella muerte vegetal
que nadie teme—
y el goce fiero del hombre lacerado
desde el asfalto, la iglesia abierta,
colegios cerrados, ecos de siempre
de niños que duermen bajo los árboles,
—niños que conocerán mañana la guerra—
y el ruido de sus bocas ayer suspendido
en el aire
el revuelo y el griterío
de una inocencia en fuga, exilio del sentido
en estas calles aún deshabitadas
bajo una luna huérfana
que lentamente se disuelve
en el cielo azul …

yo creo que estamos en guerra
pero en estas calles, lentas
como la sangre que duerme,
lo olvido