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Fuego a las fronteras

—a propósito de Tras el cristal, de Agustí Villaronga—

el riesgo tiende a la imperfección
como el papel a la doblez
        por su peso
o la fotografía al grano de plata
al gesto, espejo canibal de luz
ángel del vidrio o fantasma,
día en la sombra
que consuma su forma
innegable apología de la realidad,
una línea de seda perfila la pierna
la media cae, y la consciencia
escalofrío dice:
qué bella es la belleza abatida,
desordenada

si te acercas
cualquier palabra es un rosal,
un río que desborda su trazo
su anfractuosidad,—sí,
yo tampoco conocía esa palabra—
y sin embargo
nadie besa como la palabra
entre mis dedos,
el ojo y la perla reunidos al azar
cristal con forma de nube
erizos
    y estrellas de mar
reptando el tono continuo
del papel
    que se curva
entre el brillo y la herida
ante la areola de la imperfección

hagamos al fondo una hoguera,
hagámosla sobre el escritorio,
bajo el flexo,
como Angelo y Rena,
frente al espejo en que descubro,
estupefacto, mi rostro,
que sigue ahí, mirando
después que mi mano lo cruce
como una nube negra
       o tierra extranjera,
y deje un erizo de mar en cada ojo
y una estrella en la frente

la imperfección tiende al riesgo,
fuego a las fronteras