la flor que arde parece una rosa,
rosa de papel de la casa abandonada
pintada en la pared por alguien que ya no existe,
arde desde el suelo al techo como chasca
y la habitación vuelve a la vida
bajo la rosa hay un papel sucio de palabras
mano torturada del pintor de flores
mano de hierro que cabalga la rueda de la vida
atada a la silla del poema,
matemática de la lengua y vicio de los días,
suspende tu vida y arde, y no acaba
porque el mundo es la noche,
y el alma es papel emborronado y húmedo
que se arrastra por la calle y las ropas
junto a las hojas, las farolas y las máscaras
convéncete que nada acaba, que todo empieza,
que arrastrarse es propio de pétalos muertos
en el viento de la mano,
convéncete que la luz te desconoce
bajo el sucio sol de la mañana,
la luz de la flor que arde ilumina tu piel
tu cuerpo lento como la sangre,
y en el encuentro,
bajo el miedo de la previsible melancolía,
ni la luz ni tú sois animales de confianza
si no fuera porque debajo no hay más que nada,
porque la mano arde,
y la fiebre
y los días
y los pasos
y la mirada,
y el techo todo negro y el suelo cubierto de pétalos,
en el centro de la habitación giraría la rosa que arde
pintada en el papel por alguien que ya no existe
ni siquiera en las palabras,
y una vez quemada hasta su nombre verdadero
una vez fundida en mi mano su llama,
lo que restará será el poema,
el cadáver de su alma