“Y están aquellos que siguen, siempre,
como si fueran los últimos supervivientes
de un mundo deshabitado"
—Germán Labrador Méndez,
de Culpables por la literatura—
el deshabitante habitado
se para en mitad de la tarde
como bulto sólido e indiferente,
y mira sus pies para jurar su existencia,
mira después sus manos abiertas
como cualquier asesino de Hitchcock
buscando la culpa y la redención
—yo veo su nuca en otro plano,
la calle al fondo desenfocada
la velocidad de todo alrededor…—
(…)
al pasar junto a un escaparate,
le cuesta discernir en el reflejo
entre los objetos cotidianos y su rostro:
ojos de botella, boca de televisor
cuerpos en pantallas nerviosas
que evocan parodias de ninfeas,
ruido rosa sin solución
—en este lago también muere Narciso—
(…)
y cuando le nombran
aún duda,
no que se refieran a él con esa palabra
sino qué significa esa palabra en él,
por qué ese sonido le envuelve y detiene
como la onda colapsada de Hokusai
detenida dónde y cuándo no es posible
bajo la mirada del otro
para que otro comprenda,
para qué
(…)
parado en la acera,
entorpeciendo el tráfico
como un príncipe alcoholizado
piensa en la insostenibilidad de todo:
la nube de conceptos, la trama de relaciones
el golpe de la frente en el escaparate
la colilla junto a sus zapatos
y las líneas en sus manos, plegándose
—imagina caer hacia esa malla y
lentamente
regenerarse en el vuelo—