eso que llamamos desencanto
tiene mucho que ver
con
reconocer la derrota
dentro de mí
soy consciente, veo el camino
trazado sobre la tierra,
yo lo subrayo y afianzo, de alguna manera
lo construyo
como un tren sin locomotora
en el descenso de la vida
—por eso pasa tan rápido el tiempo—
pero esa tierra ya está pisoteada
reconozco las huellas en mí y
sin embargo,
y a pesar de su repetición,
todo parece nuevo
mira, ya alzaron el coto,
y entro a pastar a la heredad
—¿dónde si no?—
la fruta desapareció, pero
siento la hierba bajo los pies
húmeda
y veo el rostro de mis padres
grabado en un tronco
las huellas de sus vidas embestidas
señaladas como un diario
que solo yo puedo leer
y respirar
ya nunca alcanzaré los frutos
su pulpa y su jugo con mis brazos
secos en la corteza, pienso
este rumbo que creo divagar,
alejado de cualquier mano
de cualquier boca,
este que creí externo
y no es más que el rastro en el papel
milimetrado y húmedo
de la tinta de mi pasado,
tiene un nombre
leo la derrota en el cuarto
mis cartas, los arcanos de mi mente,
leo mis dibujos buscando mi cuerpo
ausente
como argonauta ante los monstruos,
busco en ese extraño que apenas conozco
en este presente,
la carta náutica imposible de este mar
que se derrama a mis pies,
busco organizar el agua a que me enfrento
beber por comprender
por ahogar
el ejército rojo que soy
cautivo y armado en la vereda
del desencanto
la vida ha comenzado, y sigue
—como un día cualquiera—
hoy, martes, por ejemplo