Solo lo acepto para que no creas que no lo has intentado todo.
de Ante la ley, de Franz Kafka.
cuando el deseo camina
coartado en sus medios, y
el asesino ríe la impotencia
de la bondad,
cuando el caudal del buenísmo
nos pone en fila
bajo el permiso de la violencia,
cuando ese río que quisiéramos
—soñar— útil y limpio
se refleja en los escaparates de Zara,
Adidas, Planeta o Barclays Bank
y no hay piedra o mobiliario
que rompa esa fantasía —espejo que
nos coloca en nuestro sitio—,
somos ciudadanos del poder
esclavos de aquiescencia moral
yo estuve allí
hermosas luces azules brillaban en
los reflejos de las tiendas,
enormes mujeres y hombres medio
desnudos como
dioses
nos saludaban sonrientes desde su
saciedad y la
arquitectura temporal del consumo,
y otros,
convencidos a sí mismos traidores,
desde sus máscaras y kevlars,
sobaban lo suyo arriba y abajo
esperando una señal del cielo
la gente —eso que llamamos así—
coreábamos estribillos como de
fútbol o navidad
—¡Ayuso, Almeida, son la misma
mierda! —
creyéndonos ser revolucionarios
apacibles en la mentira del derecho,
mientras el sol se iba ocultando tras
los balcones de los hoteles infectos
de turistas
—las nuevas ratas de la capital—
caminamos, pues, despacio, por donde
normalmente
no se puede y,
solo en esos momentos, pudimos ver
la ciudad de otra manera:
todo ese poderío del dinero y la
historia unidos,
amenazando con caer sobre nosotros,
toda esa bella piedra de alguien que
otro alguien trabajó
—sin marca de cantero—
y gritamos,
gritamos cuando la noche nos cubría,
como una tribu recuperando el
territorio, la plaza,
gritamos las verdades de siempre
—nunca han cambiado, ni siquiera
los nombres—
y por primera vez en mi vida, exclamé
¡Viva! a cada uno de los puntos del
joven, muy joven, manifiesto,
bajo la mirada inocente de Yamal o
indiferente de Vinicius y sus amigos
de Boss (la misma marca que vistió al
tercer reich, por cierto)
—puedes ser negro o marroquí, que
si eres millonario, you are welcome—
bajo su mirada, digo, y
la de otros como ellos, nobles sostenes
del sistema y sus mamas,
nos dispersamos
como las cenizas de
mi madre cuando las echamos en
una tierra perdida hace cientos de
generaciones,
en un mismo aire, a voluntad.