decadencia de un alma,
abajo, definitivamente,
donde caen todas las palabras por su peso,
punto y seguido del calor que todo lo nombra,
anatomía de la caída, cuerpo
primera fase de la obra
trascendencia de la comunicación
la estupidez de hablar y creer a nuestro eco
heridas en las manos como hormigas
y la saliva en el medianil
distorsionando el texto
—una vez fue sangre de la revelación,
Edwarda en mi recuerdo—
la evidencia
abajo, como el cuerpo definitivo
atraviesa el suelo
frontera de la luz y ruina del sol,
y después
—escribo esto casi a ciegas—
el oscuro sabor de la vida en el olvido
una llanura elevada
un desierto sumergido para mi alter corpus
y junto a mi voz
mi nombre desnudo
más desnudo que el cuerpo
tan desnudo que ya nada nombra
echado como aceite, o naipe, arcano
excremento de paloma
como gotas de agua lanzadas al hogar de la infancia
quizá mercurio
quizá memoria
segunda fase de la obra
donde todo deviene silencio
cristal
un perro de cristal imposible de retener
que crece fuera de mi boca, de mi mano
alimentado en el substrato
una boca enorme unos gráciles dientes
que ignoran su declive, su ser resto
piedad
cuando se revuelca en la página,
decadencia de un alma que no es mía
porque no hay propiedad en la palabra
ni en nada que se pueda nombrar,
solo el viento conoce el aroma de mi alma
cuando me rodea, aquí
en este páramo,
y luego
nada
nada sobre lo que pueda posarse la luz