solo las palabras anuncian
el tiempo en que habrán enmudecido,
y enamoradas de su propia disolución
cortejan su fin.
Sin embargo, la eternidad no habla,
no se reconoce en un espejo,
no necesita escribirse,
y su efigie es un cristal que no se rompe
yo no soy consciente de mi muerte
como no lo soy apenas de mi vida,
pero escribo porque muero en el horizonte
sin saber lo que digo,
bajo la sábana azul de un cielo,
y atados a la noria de un reloj
mi nombre y mi corazón se deshilachan
en el estúpido suceder de los días
la virtud se ensaña en las palabras
contra la muerte,
ausente como un dios,
como un boxeador en el humo de la corrupción
contra sí mismo,
contra una ventana sin hacer,
insiste
palabras porque muero, inconsciente
y continuamente,
como apenas vivo,
porque atadas al tiempo que decae,
sobre el sudor de mi piel
todos los fluidos de mi cuerpo
son palabras inscritas en el tiempo
no puedo nombrar mi fin
sin romper el cristal,
sin cortar el tiempo sin acuchillarlo,
no soy una palabra ni soy eterno
porque siendo, tengo un nombre
que dice mi próxima destrucción.
Ahogo el tiempo en las palabras,
y en su cuello delicado
pongo mis manos,
y en sus manos mi voz que muere
la palabra me nombra y aniquila
y a veces creo que solo ese instante
me es concedido,
que solo en él existo porque hablo
y que luego, la palabra enmudece
abriéndose la frente contra el espejo,
sin placer, sin dolor, sin sentido