Escribir es defender la soledad
en que se está.
María Zambrano
criatura sublime
de ojos fieles, de ojos de perro,
en tu voz hay una herida
y mi alma se mueve, familiar,
en el contorno de su tono
como un abejorro en una botella,
desesperadamente,
arrastrando el trabajo de la víspera
en un gesto de total aceptación,
de abandono, como plomo fundido
corriendo por mis piernas
no conozco a las personas
—uno se acostumbra a sus ojos
no a sus palabras—
el engaño de ser llamado, el silencio
por todo lo que no está,
el infinito espacio entre dos dedos
que se tocan,
un milagro de nuestras manos vacías
escrito bajo el signo del delirio,
la necesidad
de
solo tengo una palabra, esta,
y te la doy
—aunque descubra, con alegría,
que no tengo nada que decir—
testimonio contra mí, mi falta,
quizá, mi anhelo,
mi brazo parece de plomo cadena
y nada deseo que no sea
no decir
criatura sublime
gastada por el trabajo y la lejía
por el canto de los gallos y las gallinas
en un secreto jardín familiar,
siento en mi cara la tierra negra
lo blanco, lo negro,
el espíritu y la materia, confundida,
pero todo es nada,
—nada en absoluto—
en esta mirada infernal
y entonces todo parecerá sencillo:
para calmarme
bastaba con callar,
las faltas envenenan el aire
Escrito a partir de fragmentos del texto de Diario de un cura rural, de Robert Bresson.