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Baila para mí

—a Coleman Silk, que
rogaba bailar a una joven desnuda
delante de él, ya viejo, después de haber
mentido toda la vida,
es decir,
de haber vivido.



Baila para mí,     la vida se arrastra,
y en tu cuerpo desnudo hay
un atisbo de eternidad.       Hay
lo único que supera al deseo
            la vida detenida
           la muerte detenida,
la carne antes de la hoguera
de la culpa y      el castigo de vivir.

    Sombra de tu cuerpo son mis ojos,
mis ojos inútiles que apenas  ven más que
   tu piedra,
   pues no es tu alma lo que en ti busco
sino, la posibilidad en mí…     de ser
la columna que sigue ahí
pálida y picada,
         donde el tiempo la dejó,
sin basa ni capitel,
huída de su padre y de su madre, de su dios,
fiel a su ser          de no ser
       emblema de la temporalidad,
ruina, mineral, hierba del pensamiento
que grita su nombre en la página
      ofrenda hundida en el suelo a
  las garras incontables del imperio,
serpiente erecta sin solución      oh
      divina proporción,
      así…,          sí,
baila para mí,    ahora que aún es tarde.