Queremos ver la hora, pero no el tiempo,.
dijo el relojero
Daniel di Pietropaolo.
Pura época, puro humo
que se ha ido para no volver1,
coordenadas sin centro, y centro
fantasma que jura y perjura mi vida, mi ser
apenas una fotografía o un nombre,
un rastro de personalidad o carne humedecida
—un rostro es tan enternecedor—,
y la estela de ese vapor o deseo,
miradas desde el papel, ciegas miradas
del exilio2 —recuerdo sin embargo—,
embargado recuerdo, y una paralizante tensión ante
la falta.
Ahora, aún más atrás,
cuando yo casi ni era ni esperaba, extraños
relatan el mismo espejismo
el mismo agujero central, barro de la vida para nuevas
huellas,
—vinieron mis pies a la arena, alejándose el mar—.
Renuncia es la vida
piel de serpiente que abandono cada noche
entre las sábanas y el sueño,
como una piedra rueda la cuesta del barranco
y descuida fragmentos de su inestable mineral,
ambos
desconciertos, turbados espectadores,
mi vida y la de los otros
todas igual de construidas,
vistas desde el andamio de la desilusión:
la mirada que no puede ser fría,
mejor que no mire,
pues no sé qué es peor,
si la fantasía o el olvido que una arqueología sentimental1
desafía.
1 Juan Manuel Bonet, en el precioso y emotivo Prólogo a Poesía, de Antonio Blanco. Ediciones Libertarias, 1994.
2 exilio: merece la pena leer la etimología de esta palabra, y llevarla al contexto de los recuerdos, del pasado, fijados en imágenes.