—a Pier Paolo Pasolini
tú que aún
tenías esperanza,
que aún cantabas el blanco porvenir
surgiendo de la charca negra
con la boca llena de lodo y la piel
lacerada por la palabra,
tú que amanecías en la chabola
envuelto en polvo
y te arrastrabas al origen del agua
para formar barro,
para sentir su potencia entre los dedos
su promesa de un mañana siempre posible
necesario
su infinito rostro, su temblor
tú, amargo profeta,
encontraste la vida al final del camino,
en un despoblado llamado esperanza
llamado ignominia,
donde reinaban las imágenes sucias
como charcos sin borde
donde la luna se mira cada noche,
donde las palabras ceden en la estructura
y todo se derrumba bajo tus pies
clavados en el barro
el tiempo corrió sobre ti
como un automóvil sin dueño,
como un camino de única dirección
que cruzara tu pecho abierto,
perpendicularmente, en una cruz
que tacha el presente
continuo malestar de la cultura,
tu pecho, cantor,
aún tenía esperanza,
aún esperaba vida de la muerte
pureza en el estertor
—qué otra cosa es la denuncia
sino ilusión—