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Pájaro demasiado hermoso

—siguiendo Ávila, de G. Carnero—


A un joven Guillermo Carnero de 20 años.



      Estériles ojos brotan hacia un latido de alas.
La infancia se diluye como herida de piedra y sombra,
al fondo, los pétalos.
         El brazo de la noria renace
el inmenso reino del sudario, del corazón frío, e imaginamos
puñados de palabras,
un despliegue de olivos y atardeceres
un ligero temblor de carne en los libros, y fuentes.

      Pájaro demasiado hermoso, vagamente pluma,
y delgadez casi transparente de perro azul que aún, no
corrió la noche.
       Espejo ciego de siglos bajo el trote de los caballos,
del que elevado rumor de pequeñas flores brota.
                    El pájaro se ofrece
contra las órbitas de heridas bóvedas, y su lluvia,
en un turbio dominio de voces inaccesibles y húmedas,
acaricia la tibia vegetación abierta, que tiembla.

      Nada podemos saber, sangre que despierta y duerme.
La vida no puede ser tan bella como la imagen que
re-construimos sobre la oscura herencia de la muerte, que resuena
en tus palabras, y en el óxido de la piedra.
                  Bella es la caída de la luz
al sordo crepitar de las raíces que arden
bajo los cuerpos.