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Extinta dignidad. Fascinante sudario

—siguiendo El Serenísimo Príncipe Ludovico Manin contempla el apogeo de la primavera, de Guillermo Carnero—


Al borde del agua como quien está
ante un abismo. O un espejo.

Paráfrasis de El hombre y el mar, de Ch. Baudelaire



      Serenísimo cadáver, ni caliente ni frío,
despojo que la historia no azota ni altera,
allí donde el cáliz riela1 de ultrajes a tus esclavas,
tu felicidad dorada de tibia fruta
rebosa en sueños de victoria.

      El tintineo de tus bronces martillea, en un latir crispante,
tu monótono poder.
         Fanales por ojos,
trompeta por boca,
armiño por ser,
       renovado polvo de matanzas
ungido en esplendor de lienzos policromados,
óleos en caoba y marfil, mármoles de sempiterna mueca
que apartan el sol de tu mascarón.
               Serenísimo trompeta
que la historia sueña en sitial reposo,
¿dónde descansan tus esclavos?
              Nadie hoy lo dude:
donde nada se siente, ni importa,
bajo un cayo2 de insondables epifanías, y rutilante arte-tierra
y ondear de enseñas fláccidas.

      Haced que tiemble el sudario,
que desencadenen y estremezcan los leopardos,
que las doradas proas rasguen las sedas púrpuras
y un rebosante ritmo de látigos, en imperturbable piel escarlata,
sazone la estela que clama
el ultrajado esclavo.
         Remos de sándalo, en la beatitud del agua
renueven y pregonen el insomne curso, de la armoniosa,
madura, morte3.


1 rielar: vibrar, temblar. poét. brillar con luz trémula.
2 cayo: isla, por Venecia.
3 morte: it. muerte.