SUICIDE KING1
Este no soy yo, pero no encuentro otra manera de concretarme en el tiempo. La imagen me dice, me exhibe en el espejo muerto de la fotografía, atrapado en su ámbar. Yo he posado en este autorretrato nervioso. He apretado el obturador al empezar a correrme. Es, por tanto, un momento de esa subida al monte. Un momento voluntario en mitad de su opuesto, desenfoque del yo; un choque de contrarios, como el violeta de fondo. No soy yo porque la imagen no puede abarcar lo que mi mente tampoco: la imagen muestra, la mente interpreta, ¿qué y quién soy yo? Pero ese instante es verdad en cuanto espejo y recuerdo: esto sucedió, ahí está.
Y no, no soy mecánico, aunque el proceso fotográfico me integre en su lenguaje. No soy mecánico porque no soy rutina, porque no soy seriado; porque soy carne, aunque condenada. Sin embargo, a ese flash álgido se llega por la mecánica, en un proceso que me esfuma: en el orgasmo se es más porque se es desbordado, y se es menos porque se escapa de uno mismo: más/menos, dentro/fuera, todo pierde sentido. El orgasmo es un vuelo insensato entre dos espejos.
Jugar al rey suicida es hacer como que uno muere, la pequeña muerte del orgasmo. Un chico que juega, que hace una actuación como si. Estoy en la edad de jugar, del nacimiento a la muerte. El pensamiento viene después. La ocurrencia y la necesidad de hacer esta fotografía son comparables al orgasmo, son insensatas. No hay procesamiento lúcido de información: es lo que tiene que ser. El día me conduce suavemente a ello en una rampa ascendente, tan inevitable como si fuera descendente. Luego, al mirar la imagen cruda, sin montar, aparecen ideas, tal vez vapor del agua que corría por mi cuerpo durante todo ese día. El acto final escapa a mis manos, aunque se sirva de ellas.
Llegará entonces el momento de la reflexión, sublimación inversa –solidificar ese vapor en hielo–, que también es un juego, de desciframiento, una hermenéutica, en ese estado de sopor y languidez propio del período refractario. Ahí nace la elaboración, la estructura, el andamiaje que construye la imagen final. Quizá haya en este hacer, un proceso de fosilización, de reducción, y el texto sea, de nuevo, una fotografía, mecánica: ¿la palabra impresa, la imagen...?
El cristal era un retrovisor de coche aplastado por otro coche. Una máquina para mirar expulsada al margen. Roto, acaso descubre su tramado –cómo está hecho– y, sobre todo, su capacidad para cortar: sus heridas cortan, la mirada en primer lugar. Y las palabras –unidad mínima del pensamiento– y las ideas revolotean, también separadas como piezas de un puzzle con futuros posibles. La visión que ahora devuelve su reflejo, convierte la realidad, mi realidad, en una lucha de fragmentos, en un proceso intelectual, en una representación. Finalmente en un juego.
¿Soy yo la condensación de este juego mecánico, su resultado?
¿Soy una máquina de significar que juega a ser humano?
La frase de la imagen, procedente de la canción Mechanical animals, de Marilyn Manson, dice: Este no soy yo, yo no soy mecánico, yo solo soy un chico jugando al suicidio del rey (en el sentido de hacer el papel de, y también como idea de juego).
El texto se une a la imagen para hablar del orgasmo (la pequeña muerte) en primer término, evidente en la imagen, y del espejismo de la imagen como forma de placer y de dolor.
1 Suicide King: el rey suicida es el rey de corazones de la baraja de póker. Se le conoce con ese sobrenombre porque parece estar clavándose la espada en la cabeza, o en la tentativa de cometer suicidio.