EL RUMOR DE LAS OLAS
Como el otoño busca la resurrección,
la plenitud y el color,
sus pasos flotaron hacia el agua.
A tientas, por el oído,
holló la arena hasta el tobillo.
El agua estaba allí, impasible,
sin luz, fría y tumbada como una serpiente.
Una niebla en sus ojos airados
exilió su cuerpo de horizonte y espalda.
Mirando ciegamente un orbe blanco,
agachó la cadera hasta la ola negra,
hasta el relámpago de la temperatura.
—acuclillada hasta los calcañares1,
su hoja2 de lujo y falsa perla,
caduca en el ocre y cae, muerta—
Fue entonces cuando expiró el aire,
como la máquina exhausta y suburbana,
irguiendo su carne domada sobre las uñas,
abierta a la corriente como boca de cobre,
al vaivén, al bucle infinito acuoso y salado,
agua sobre mano, pies bajo tierra.
Sin espacio, sin tiempo, sin hilo,
su mente balancea como un látigo herido:
habla con los ojos lo que calla con las bocas,
lejos de salario, aeropuerto y hora,
hundida hasta el sacro en el rumor de las olas.
1 calcañar: parte posterior de la planta del pie.
2 la hoja conque taparon el sexo de Adán y Eva, es ropa interior o bañador alterado.