OLEAJE DE LA CARNE
A mediodía.
Cada paso en el corredor, bajo el cielo,
es un golpe de pelvis y un abanico de carne.
El oleaje del vestido, su caída,
marca el ritmo al suelo y a mis entrañas.
Veo fundirse las ventanas, los monumentos,
la historia pétrea del hombre
abatida en la música de sus axilas.
En ese balanceo, a límite de eje,
las nalgas tiemblan sobre los tacones
ondas largas que empujan el tiempo
hasta rozar la pausa.
Es una cercanía que se aleja,
un arrebato
del que surge el olvido del resuello,
cuando las piedras, los huesos y la carne
se reúnen en el vertedero.
La mirada no separa tus huesos de la arquitectura. Te transparenta. Se hunde en ti y el tiempo no funciona. Todo a la vez y nunca.