LASTRA DE DOLOMÍA
Caída, como solo cae lo vivo,
mis nalgas arden sobre la piel de la historia,
una historia minúscula, escritura seca,
que agarra mis curvas y las revienta.
Este suelo cálido que un día fue mar,
lame ahora mi sudor epidérmico y vago,
y en el tiempo que tarda en secarlo
el sol, indiferente, se desliza un grado.
Esta lastra de dolomía, cian, ocre y negra,
es un mar de leche podrida que ansía mi azúcar.
Quizá algún día fue ordenada, sometida,
pero hoy es vorágine lineal, tiempo ulcerado.
Sin embargo,
encuentro acogedor fundir mi vulva con su diaclasa,
y que una línea de 240 millones de años
me dibuje hasta las cuerdas vocales, inútiles,
saber que los bordes que una vez me nombraron
hoy son fronteras abandonadas al olvido,
que mis pechos de mujer burguesa
son ahora los ojos ciegos de un mineral frecuente.
No voy a levantarme, no voy a luchar,
este es mi sitio, aquí y ahora, aguardo exhausta
la razón de la piedra y el color de la noche,
bajo un sol que me mira paciente, con indulgencia.