ASALTAR LA FORMA
Asaltar la forma, simplemente la forma,
el lugar donde estalla el agua
y el aire se comprime,
eso que no vería el ojo si no fuera redondo:
ese mapa de borde difuso,
como en un catalejo viejo y ajado,
donde meto el ojo cuando miro,
esa concentración puntual.
Allí es donde se encuentran
la piel y el ojo lanzado a tu superficie,
sonda suicida que se revuelca
apenas comprendiendo,
cae rotando alrededor del ombligo,
y es chupado en la vulva y escupido
para mirar de cerca tu iris, su espejo.
Atado a tu gravedad como un perro,
salta por el valle de las corvas y flexuras,
de mano en mano,
y se refugia en la distracción de una axila,
enfebrecido.
...
Asaltar la forma para no poseerla,
para no comprenderla;
sí para comprenderme,
absorbido.
El asalto de su forma plástica y la reconstrucción de todo lo absorbido, en dos o tres dimensiones, y antes, en la adimensionalidad del pensamiento. El objeto aquí apropiado es real, y también una creación, como la muñeca (Puppe) de Hans Bellmer, autor del texto sobrescrito. El dibujo, las líneas, son un extracto de la realidad; son lo último que resta de la imagen antes de aparecer la palabra y el pensamiento, la sustancia después de la evaporación de la realidad.
¿Quién no ha entrevisto, como en un destello, en su belleza definitiva y lúgubre (de la jovencita), el sex-appeal de lo inorgánico? _Tiqqun. Primeros materiales para una teoría de la jovencita.